martes, 19 de julio de 2016

Hoy en El Periódico. Ochenta años y un día



Ochenta años después, con veintiún años y una vida feliz, sin estrechez, más bien consentido al ejercer de hijo único ya que sus dos hermanas bastante mayores que él ya vivían con sus respectivos maridos, tuvo que dejar todo aquello y presentarse a hacer la mili, inmediatamente se encontraba haciendo prácticas de guerra en tierras de Elda, Novelda... conoció desde dentro el penal de Lorca, me lo contaba sin rencor pero culpando a Franco del golpe de estado, después sin saber por qué se lo llevaron a Extremadura, quiero recordar algún pueblo como Castuera, me hablaba de hambre, piojos, sarna... Te podías coger los piojos a puñados de las axilas, me decía. Una noche después de una batalla se quedó acurrucado entre otros dos soldados, cuando amaneció se dio cuenta que estaban muertos y él lleno de la sangre de ellos, otro día contaba que había una piara de cerdos y le dijo al capitán si podían matar uno para comérselo, ¿tú sabes?, le preguntó, “lo que no sé es ponerlo vivo” y le pegó un tiro, como él me decía, en la cepa de la oreja, menudo banquete nos dimos acababa diciéndome. Una noche entramos en un comercio abandonado y me comí dos botes de leche condensada, ¡qué aburrimientos!, tuve que estar corriendo toda la noche si no me muero de la hinchazón, era el infierno en la Tierra, sobre todo cuando se oían venir volando las “pavas”, como les llamaban a los aviones enemigos, no se cómo salí de allí, me tiré tres años en la guerra y luego tuve que hacer la mili. Otro día había un soldado herido del otro bando y otro le quería cortar el dedo para sacarle un anillo de oro que llevaba y como pude lo convencí y no se lo cortó. Que nunca nazca un loco como el caudillo, que enfrente a hermanos contra hermanos, gente joven muriendo por el capricho de un personaje trastornado, mesiánico, déspota... gente muriendo de hambre, mientras él y los suyos además de pisotear la dignidad de un pueblo llano se atiborraban con lo que sus lacayos saqueaban. Algún vecino de su pueblo un buen día se presentó en casa de mis abuelos y les dijo que su hijo había muerto, que él mismo lo había enterrado, incluso le pusieron una pensión por hijo muerto en guerra, a lo que mi abuela dijo que ella no quería cobrar nada por su hijo muerto, pasó el tiempo y mi padre vino al pueblo, la alegría de mis abuelos y mis tías fue inconmensurable y al que lo enterró le dijo que lo había enterrado muy somero y se salió, en el pueblo hubo quien lo llamó el resucitado.
La guerra es miserable, mata a gente joven conducida por asalariados atrincherados en retaguardia, es la locura de un déspota puesta en práctica, es el infierno bochornoso de la juventud masculina que pagan los gregarios de toda la comunidad, afirmaba con tristeza.

Nota; son los recuerdos que tengo de aquella guerra que yo no viví, si con ello puedo aportar un grano de arena para que nunca más se viva una catástrofe similar provocada por un loco y sus acólitos me daría por satisfecho.
18-07-16
A. Hinarejos

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